viernes, 31 de diciembre de 2010

DANIEL MOYANO: UN SUDACA EN LA CORTE. ESTUDIO CRÍTICO.



















UN SUDACA
EN LA CORTE (1992)








DANIEL MOYANO








            UN ESTUDIO CRÍTICO








1. Introducción





            Cuando
en 1988 entregaron oficialmente el Premio Cervantes de Literatura al novelista
mexicano Carlos Fuentes, no sospechaba el autor de este relato, Daniel Moyano
Bellini (1930-1995), que estaría invitado al evento por el que se conmemora
cada año la muerte de Miguel de Cervantes, ad
maiorem gloriam
de la literatura española e hispanoamericana, en el Palacio de Oriente madrileño, ceremonia
presidida por el Rey de España como máxima autoridad o  Jefe del Estado.





            Por
las crónicas periodísticas del momento, así como por el discurso de
agradecimiento de Carlos Fuentes, todo transcurrió dentro de la normalidad
etiquetada o de protocolo típica y tópica de estos acontecimientos, cortesanos
pormenores ante los que Daniel se sintió incómodo, fuera de lugar. Recuerdos
que le asaltarían más de una vez en aquellos años previos a los fastos del
Quinto Centenario, cuando reelaboró esta crónica, y cuando sintió que los
múltiples problemas de la lejana América Latina servían más como excusa para la
fiesta, mediante congresos y debates, que un motivo de preocupación verdadera
para los triunfantes y derrochadores habitantes de esta Península, que
blasonábamos ante ellos el hecho seguro de haber salido airosos de nuestra  larga dictadura. 





            La
reflexión, por ello, que obtenemos con esta novela larga, cuento corto o
crónica pormenorizada, es tan irónica y divertida como amarga, visualizable ya
desde el propio título, por la utilización del nominativo despectivo: “Un
sudaca en la corte” y con el subtítulo, “Una historia de fantasmas”, que alude
tanto a ese espectro de Miguel de Cervantes que aparecerá al final, como a la
llamativa concurrencia de escritores afantasmados que acuden a estos actos,
pero también  a la propia condición del
autor como exiliado, fuera de lugar, alejado y apartado de su propio espacio y
de su propio tiempo.





            El
antecedente de este relato fue publicado en mayo de 1988 en el periódico El
País, como crónica de la ceremonia de concesión del premio Cervantes recién
efectuada. Posteriormente, Daniel lo reformaría hasta convertirlo en la novela
corta que hoy disponemos, datada en abril de 1992, que adjuntaré con este
comentario y que permanece completamente inédita en castellano. Aunque sí
contamos con una publicación en asturiano de este mismo texto, mediante la
estupenda traducción realizada por Lourdes Alvárez, “Un sudaca na corte” para
Libros del Pexe, Gijón, 1993, un año después de la muerte del autor.





            Finalmente,
encontramos valorada esta misma obra dentro de la muy lograda ponencia de
Virginia Gil Amate, profesora titular de literatura hispanoamericana de la
Universidad de Oviedo, titulada “Los horizontes literarios de Daniel Moyano” y
recogida en el libro de recopilación de estudios dedicados a su memoria
“Escritores sin patria. La narrativa argentina de la segunda mitad del siglo
XX”, publicada por la Universidad de Oviedo en 2006, págs. 77-79.








2. Comentario crítico por capítulos


                       


I





            En
un ejercicio de humildad, uno de tantos que Daniel Moyano gustaba regalarnos,

empieza el relato de los hechos ateniéndose a su mera condición de periodista
latinoamericano (“no soy persona de notarse, ni escritor”), estableciendo así
una distancia moral esencial con las ínfulas que caracterizan a bastantes
autores actuales, acostumbrados ahora a presentarse encumbrados siempre tras un
abultado currículum de licenciaturas, premios, colaboraciones y publicaciones
varias. Nulla estetica sine etica,
lema con el podríamos subrayar no pocas obras de este autor comprometido: “El
oscuro”, “Tres golpes de timbal”, “El vuelo del tigre” que van en esta
dirección.





Después, tras
recibir la invitación real, pasa a situar en sus recuerdos las imágenes
fantasiosas que le provocan la figura de Juan Carlos I, un monarca hispánico
más, añadido a los cuentos de su niñez, incorporado a éstos mediante las
efigies de sus antepasados, pues nunca un rey español pisó aquellas tierras
durante el periodo colonial, como así ocurriera también en muchas ciudades e
islas españolas que jamás sintieron cercana, pero que sí mitificaron, gracias a
una hábil propaganda (fiestas, sermones laudatorios, arquitectura efímera,
retratos idealizados) la figura del monarca. Pues sólo hasta los siglos
contemporáneos, ellos y nosotros no obtuvimos una visión humana de los reyes,
mucho más cálida.





Pero por otra
parte, del lado de la realidad, don Juan Carlos I es juzgado con abierta
benevolencia dado que resolvió con inteligencia atinada la madrugada del 24 de
febrero de 1981 el golpe involucionista del día anterior, lo que hubiera
supuesto sin duda un nuevo exilio para todos aquellos que desde el Cono del Sur
se refugiaron aquí amenazados de muerte, Daniel Moyano entre ellos, escapado de
su Argentina natal tras el secuestro, simulacro de fusilamiento y los quince
días de encarcelamiento como periodista y escritor “subversivo” tras la
instauración allí de la Junta Militar en 1976.





            En
este primer episodio, además, Daniel impondrá ya la batuta ética y estética de
cómo va a seguir relatándonos los acontecimientos mediante la referencia a su
abuela, la contadora de cuentos con reyes fantásticos, dictaminando así que
toda la narración discurrirá en el plano dual de la fantasía y la realidad. Es
fundamental tener en cuenta que Daniel fue un narrador oral magistral, de forma
que jamás contaba el mismo cuento de la misma manera, pero siempre lograba
transmitirnos idéntico contenido emocional de estupor, odio, rabia, sorpresa,
con el que conseguíamos sentirlo muy cálido y cercano. Esta abuela narradora nos
recuerda a Gabriel García Márquez y sus “Cien años de soledad”, el tan traído y
llevado realismo mágico latinoamericano que podemos rastrear en la reproducción
de cuentos fantásticos que realizaban madres y abuelas para dormir a los niños.
Una narración oral muy eficaz para acercar más el lector u oyente al cuento, y
que ahora lamentablemente se ha desterrado. Pérdida se refleja en cuentos
contemporáneos hoscos y distantes, abocados en muchos casos al morbo para atraer la atención del lector. No
es el caso en absoluto de Daniel, que mantiene en su obra buena parte de esa
calidez que sólo produce la narración oral.





            El
portador de la invitación real, en realidad un gris funcionario, se desdobla en
este relato apareciendo como el famoso auxiliar anual de los Reyes Magos
(fantasía). Por lo pronto, se planta en casa de Daniel bajándose de un vehículo
antiguo, como de otra época, que más tarde convierte en una evidente carroza,
con corceles blancos como los del pintor renacentista Paolo Ucello y que
presenta sus credenciales “llenas de sellos y lacres”, ante el portero
inexistente, totalmente inventado, del modesto bloque de pisos en el que Daniel
vivía, sito en la Ronda de Segovia madrileña. Por otra parte, su atavío es
característico y singular como Cartero Real que era, muy bien caracterizado con
vestiduras de época, “no sé si llevaba sayo o jubón, calzas o greguescos”. 





            Al
marcharse, Daniel contempla al monárquico vehículo desde su ventana, comparando
a este carro de Faetón, así dibujado anteriormente, con una carabela. De esta
manera singular, Hispania o España, con mayúsculas, o en otras palabras
rimbombantes “la Madre Patria”, se había dignado visitar su casa. El hogar de
un escritor obviamente Ceniciento, al que el cartero real, especie de Hada Madrina,
le había tocado con su varita mágica.





II





            Personaje
singular de este relato será la hija entusiasta de Daniel, María Inés o Marinés
(familiarmente llamada) Moyano Capellino. Una chica alegre y sin apenas
recuerdos del exilio forzado, tan aclimatada a la capital de España que el
autor no dudará en calificarla como “madrileña”. Es ella la encargada de
acompañar al autor, quien nunca se caracterizó precisamente por su elegancia en
el vestir, sin duda de “torpe aliño indumentario”, para comprar el traje oscuro
adecuado que impone llevar la etiqueta palaciega a esta clase de ceremonias. El
traje, quizá por ello, será barato, pero no adecuado: anticuado y tornasolado,
así como  zapatos y calcetines finos que
luego le ocasionarán un sinfín de problemas.





            Y
la corbata arrugada destinada a estas lides, para colmo, será objeto de guasa y
pitorreo por sus mujeres, esposa e hija, al constatar su existencia, arrugada,
perdida y con el nudo hecho, en una caja del trastero para espanto del
cuellicorto Daniel, quien gustaba públicamente de abominar tan burgués atavío.





            El
episodio del ensayo para la genuflexión ante los Reyes, asimismo resulta
grotesco e hilarante, determinar cómo comportarse en tales situaciones donde lo
más correcto, a fin de no hacer el ridículo, es permanecer firme y darles la
mano, por lo que Daniel, en esta escena expone claramente su condición de
sudaca con evidentes rasgos indígenas, una afirmación orgullosa del ser, frente
a los príncipes altos y rubios no sólo de los cuentos, también de la realidad.
Sin recatarse en modo alguno al ostentar la pequeña vanidad de que, a pesar de
ser bajito, lampiño y castaño su mirada tímida y fogosa atrajo a nórdicas
espectaculares (véase relato “María Violín”, donde se cuenta precisamente una
de estas historias).





            III





            Presto
y dispuesto Daniel, como un maharajá nunca visto, según lo denomina
atinadamente Irma, su inteligente mujer, para acudir a palacio, observa ya cómo
los zapatos crujen ostensiblemente, emitiendo ruidos desagradables al caminar,
temiéndose ya que le vayan a delatar luego. Por otra parte, retoma el tema
“¿Qué es un rey para ti?” y lo acomete por la vía de la nomenclatura, todo lo
nombrado, existe y viceversa, pero “majestad” es un término pomposo y
almibarado, no sale del corazón; “Sire” suena anacrónico, a los tiempos de
D’Artagnan; “hola negro”, absolutamente improcedente. No sabe cómo llamarlo y
determina denominarlo como le salga sinceramente del corazón.





            Y
por la noche, aprovechará un ensueño de aventuras palaciegas para emitir una
crítica de estilo muy interesante destinada a los novelones románticos y de
aventuras que ahora inundan el mercado editorial, novelones hacia los que la
literatura de Daniel resulta igualmente alérgica, incompatible, fuera de lugar,
dada la aversión moyanesca por los lugares comunes que aquí se detallan,
presentes en todas ellas. Así Daniel ejemplariza esta horrenda costumbre
novelesca cuando habla de una noche oscura “como boca de lobo”; o la muerte por
balazo en la que el protagonista siempre “cae cuan largo era”.





            IV





            Iniciada
la ceremonia, los 400 escritores invitados conforman algo así como un banco de
peces (cardumen, término que repite Daniel con insistencia) por los brillos de
los trajes, oscuros pero baratos, bajo el fuerte sol que cae sobre el Palacio
de Oriente. Brillos fatuos de las vestimentas que denotan la triste situación
económica verdadera en la que se encuentran los escritores actuales pese a sus
muchas presunciones, fastos, certámenes y ferias, denunciando así
soterradamente el triunfo de un mercado editorial, donde ganan en realidad
dinero los intermediarios: agentes literarios, editores, distribuidores y
libreros, frente al verdadero artífice esforzado de un producto por el que sólo
recibe un insuficiente diez por ciento, sin derecho a cotizaciones sociales.
Por otra parte, Daniel nos indica también la ausencia de un hábito lector en
este país en el que abundan más, a su juicio, los escritores que los lectores.








            Acíbar
en el que ahonda más al referirnos cómo entran antes en Palacio el autor
galardonado y los más famosos, los que más salen en televisión, constituyendo
ésta la regla infalible para establecer una más que segura jerarquía que así
configura realmente la vida social de los escritores, nunca por criterios de
calidad artística, sino por esa popularidad mediática que logran los
intermediarios (agentes y editores) a fin de conseguir que sus escritores
vendan más, importando ahora lamentablemente en el mercado mucho más el
envoltorio que el producto.





            Pero
Daniel, cojeando ostensiblemente, al objeto de que no se escuchen en el
soberbio salón engalanado los crujidos de sus zapatos, denotando así, de manera
estentórea, su  clara condición de
“Ceniciento”, logra entrar definitivamente en el Salón del Trono, donde le
espera la familia real, mientras los camareros preparan el ágape oficial en el
salón de al lado.





V





            Llegado
el momento principal, las cámaras esperan y Daniel se acerca a las escritoras,
una de ellas “sonetista de cuidado” (no podemos aventurar de quien se trata),
definida así por un crítico de “humor ácido” (¿Jose Luis García Martín,
acaso?), mientras se libera de traumas y complejos descubriendo a otro
escritor, alto y rubio, vestido enteramente de colorado (¿un escritor
extravagante, especie de Luis Antonio de Villena, quizá?). Pero ella le
pregunta de qué país viene, al reconocerle el acento del Cono Sur, y esa
pregunta lo desconcierta. “De por ahí”, responde. Más tarde, Daniel se sube el
calcetín perdido entre sus zapatos siendo advertido esta torpe circunstancia por
el escritor colorado de “presencia estridente”, con lo que destaca así y de
forma evidente  a “otro” fuera de lugar
allí. Más tarde, con pleno dominio de la técnica cuentística, nos descubrirá el
misterio.





            Ante
el salón real, todos los escritores se muestran circunspectos, formando
pequeños grupos donde conversan en voz baja mostrando así respeto por el
entorno en el que se encuentran, pero al acercarse a uno de estos grupos Daniel
recibe un claro rechazo, siendo mirado con displicencia, por encima del hombro.
Mundo superficial y de fanfarrias este de la literatura que relega y margina
según unas reglas propias, que nada tienen que ver con la calidad y contenido
de la prosa de sus autores, sólo con unas jerarquías establecidas en virtud del
currículo y de las presencias mediáticas. Tal es así, que Daniel aboga por
desleer a quiénes tratan a los demás autores con desprecio.





            Aburridos
hasta el desfile del besamanos para saludar al Rey, a la Reina y a las dos
Infantas, todo estaba arreglado para el apretón de manos a todos ellos, sin
palabras y con el tiempo justo (siete segundos) para la foto. La reverencia
sólo es apta para los que están ya entrenados.





VI





            A
partir de este episodio, Daniel contará con la ayuda de Manuel Andujar
(1913-1994), importante escritor español con el que Daniel intimará y se
identificará, dada también su condición de exiliado de la Guerra Civil, en
Francia y en México, hasta su regreso a España en 1967. Gran escritor olvidado,
y poco leído, que se presentará ante Daniel con campechanía, pidiendo que le
llame simplemente Manolo. Mediante el personaje de Manuel Andujar, especie de
Sancho Panza hispánico, Daniel encontrará un referente seguro en el resto de su
relato pues servirá de consejo a Daniel para las vicisitudes a cumplir en esta
quijotada del besamanos.





            Y
siete segundos para saludar al Rey y pedirle un deseo, menos tiempo del que
tarda en pasar una estrella fugaz aunque no por Madrid, ciudad víctima de la
contaminación. Estrellas que Daniel adoraba observar, dejando transcurrir el
tiempo, porque servían para rememorarle esa provincia de La Rioja argentina
donde vivían antes del exilio. De hecho, uno de los mejores regalos que
pudieron otorgarle finalmente sus amigos asturianos, muy poco antes de su
muerte, fue llevarlo a una casa de campo para poder así contemplar, a gusto,
una noche de San Lorenzo, plena de estrellas, cuando Daniel se sintió feliz.





            Ante
el monarca, Daniel escoge un único deseo: el derrocamiento de Augusto Pinochet
del gobierno de Chile, dictador que no moriría hasta el año 2006 sin ser
juzgado por sus crímenes contra la humanidad, y que no sería derrocado hasta
1990, dos años después de los hechos aquí narrados. Ahora bien, en la novela
corta o relato largo propiamente dicho, texto de 1992, esta circunstancia no
fue alterada por Daniel, pese a que ya se había consumado la caída del general
chileno. El motivo fue que le dio pie para introducir, a la manera de las
muñecas rusas o cajas chinas, una pequeña historia donde el Rey Constitucional,
de estirpe inmemorial, acaba fulminantemente con el Dictador Latinoamericano,
asimismo de rancio linaje. ¿De qué manera?





            Daniel
Moyano, en sus talleres literarios, recalcaba generosamente a los estudiantes
pequeños trucos del oficio, uno de los cuales estaba encaminado a aclararles cómo
salir de los bloqueos creativos en el desarrollo de una narración en marcha.
Este consejo, tras algunos años de práctica, pronto se me reveló infalible: “Si
en medio de  un cuento o novela te
bloqueas, decía Daniel, has de leerte cuidadosamente los tres primeros párrafos
(cuento) o el primer capítulo (novela) para descubrir qué elemento inicial has
dejado en el aire y no has desarrollado”.





            Procedimiento
que empleará aquí, en esta pequeña narración, cuando utilice ese final del
primer capítulo que quedó descolgado: el coche del cartero real transformado en
Carabela, imagen clave, nexo que nos unió un día y que podría enviarse desde la
actual España democrática hacia la América de las Dictaduras, para acabar
definitivamente con aquélla. Por supuesto, es Juan Carlos I quien da la orden,
un simple “vale”, y hacia Chile parten otra vez las Tres Carabelas, cruzando
esta vez el Estrecho de Magallanes y apuntando “con seis cañones por banda”,
como en el famoso poema de Espronceda, a la Casa de la Moneda de Santiago de
Chile.





            De
esta manera Daniel recreará literariamente aquella otra historia real que
conocemos de la muerte de Salvador Allende, esta vez en las propias carnes de
Augusto Pinochet, asesino del primero. Pues el odiado General no verá venir
carabelas, lo que ve acercarse a él, con notable pavor por su parte, es el
barco fantasma que las acompaña: el Caleuche, antigua nave mítica, del folclore
chileno, tripulada por los espíritus de los navegantes ahogados. Un Caleuche
que se yergue majestuoso, reconvertidos esos espíritus en brujos cojos de la
pierna izquierda (antiguas víctimas de la represión pinochetista, sin duda),
que acompañan a las antiguas carabelas con el fin de restablecer la justicia
debida. 





            Naves
fantasiosas de otra época, ante las que nada podrían hacer las reconvenciones
internacionales (protesta diplomática del gobierno chileno ante la Corona de
España), ni mucho menos los proyectiles actuales, porque ya son humo,
procedentes de un tiempo muy pretérito, que avanzan inflexibles ante el
horrendo dictador que se degrada a sí mismo, se despoja de medallas, se rinde y
huye despavorido desterrado al desierto de Atacama. Observamos así que Daniel
opta por el triunfo de la Justicia, ya no por la ejecución física del Dictador
como entonces tantos deseaban.





            Mientras,
la cola de escritores avanza y se acerca más al Rey, nuestro autor cojea al
igual que los brujos del Caleuche, tratando de impedir en todo momento que le
delaten como Ceniciento los crujidos de sus zapatos. Pero también avanzan sus
soñadas Carabelas, ahora remontan el Paraná, río que a su vez arrastra otros
recuerdos de muerte. Así, un tigre, símbolo de la violencia, como refleja en su
novela sobre la tortura  “El vuelo del
tigre”, aparece flotando sobre una flor del irupé, planta acuática sobre la que
versa una antigua leyenda guaraní que atribuye su existencia a la muerte de una
hermosa doncella, Morotí, separada de su amante guerrero Pitá, y que se suicida
ahogándose en el río para así poder estar juntos eternamente. Sobre otra flor
del Irupé, flota una doncella de largos cabellos, esta misma Morotí. Mientras
que personajes del gran cuentista Horacio Quiroga (Salto, Uruguay 1878 – Buenos
Aires, 1937),  residente durante la mayor
parte de su vida en la provincia argentina de Corrientes, justo en esa zona que
ahora remontan las carabelas, pasan sobre canoas de guatambú (árbol
característico) que trasladan a los condenados de la dictadura argentina
devolviéndoles la vida al llegar a sus orillas. Al final, arrastrado por el
río, surge el mismísimo Alfredo Stroessner (1912-2006), también sin esa gorra y
chatarreras típicas de los milicos dictadores como Pinochet o Galtieri,
buscando sin conseguirlo alguna embajada donde poder refugiarse, como así
consiguiera en Brasil, país al que huyó tras ser derrocado en febrero de 1989,
tras su larga dictadura iniciada en 1954.





            Pero
en sólo siete segundos te saluda un Rey: los sueños de resurrección, justicia y
libertad duran poco, duran  sólo eso y se
desvanecen.





VII





            Siguiendo
la etiqueta, y agrupados de diez en diez, desfilan los escritores
ordenadamente, permitiendo Daniel que se coloque delante el misterioso escritor
vestido demoniacamente de colorado, el otro autor ajeno que se vuelve y le
habla mitad en inglés y mitad en mal castellano, denotando así en parte su
procedencia extraña, al que Daniel se negará a adelantar. Hará bien, pues muy
pronto Manuel Andújar le informará de la identidad del personaje: se trata nada
menos que del señor embajador de los Estados Unidos de América. Lo cual le
servirá para añadir otra amarga reflexión sobre el destino paupérrimo que se
cierne sobre la mayoría de los escritores, ¿acaso vendría a proponer para todos
ellos un nuevo Plan Marshall a fin de hacerlos ricos?





            Y
así, con ese claro Minotauro delante, es como Daniel consigue alcanzar el
intríngulis, el centro, motivo y contenido verdadero de esta crónica o relación
de hechos. Pues, ¿qué hacen todos esos míseros escritores ahí, tan cerca del
poder?  Los continuadores de ese Miguel
de Cervantes quien disfrutó en vida de popularidad y condujo al castellano
hasta cotas de calidad nunca alcanzadas, pero jamás gozó de crédito holgado, no
pudo dedicarse por entero a la escritura, fue encarcelado por deudas, nunca
tendría el peculio suficiente para poder adquirir un traje oscuro, nuevo y
reluciente, con el que poder saludar ahora al Monarca.





Como es lógico,
los Estados Unidos de América, en la figura de ese curioso embajador, saludan
primero al Monarca departiendo con él no los siete segundos establecidos, sino
cinco minutos largos que le parecerían a Daniel a la espera de que llegara su
turno, mientras contemplaba una vidriera sobre el tema del Descubrimiento en la
que destaca un mono. Tiempo de sobra que emplearía el embajador (fantasía) para
avisar al Monarca de que tuviera cuidado con los subversivos que le sucederían
en la cola, que nada de acabar con las dictaduras del Cono Sur mediante
carabelas, en una clara denuncia que efectúa Daniel Moyano de la connivencia de
la CIA con aquellos desmanes, cuestión sobre la que ya habían reflexionado los
propios norteamericanos en el film “Missing” (1982).





Finalmente,
nuestro autor con un sincero “hola, majestad, el gusto es mío” tal como nos
expresó que haría en el capítulo tercero.





VIII





            Dentro
de la nómina de escritores que acuden al Cervantes, Daniel sólo nos personaliza
o destaca a tres, todos españoles, de mayor edad que la suya y todos bien
conocedores de las pérdidas que conlleva el exilio: Manuel Andújar (1913-1994),
Rosa Chacel (1898-1994) y Francisco Ayala (1906-2009). Escritores de prestigio
crítico indudable, maestros de muchos, poco conocidos y aún menos leídos, salvo
Francisco Ayala al final de sus días, quizá por tratarse de un veterano
superviviente centenario de una época convulsa que conservó hasta el último
momento su raciocinio sano. Con ello, lo que efectúa Daniel es el trazo
evidente de una línea ética y estética entre los escritores que allí concurren,
poniéndose al lado del ejemplo moral que nos transmiten estos tres grandes
escritores modestos de las letras hispanas.





            Concretamente
en este capítulo se centra en Francisco Ayala, exiliado en el país natal de
Daniel, Argentina, del que nos destaca uno de sus mejores cuentos, “El
hechizado”, donde su personaje el Indio González Lobo, en aquel relato, cruza
la mirada dando la mano al Rey de España (fantasía), mientras en la realidad el
genial cuentista granadino da la mano al Rey cruzando la mirada con el mono de
la vidriera que, según Daniel, pareció moverse. ¿Qué piensan y sienten los
indígenas ante nuestra mirada?, ¿acaso los vemos o tratamos como monos? Pero
Moyano no entra en este debate, sólo lo sugiere muy atinadamente.





            IX





            Este
capítulo, el más largo de todos, constituirá un auténtico Descenso a los
Infiernos en esta Divina Comedia Palaciega. Pues tras trasegar algún que otro whisky,
Daniel avanza por los pasillos pensando en los grandes escritores, los
fantasmas de los sencillos Pacos, Juanes o Manolos que blasonaron nuestra
lengua por el mundo y que en ese día conmemorativo allí deberían encontrarse.
Tras pasillos, muros y escaleras, Daniel desciende niveles en uno de sus
motivos literarios favoritos, clave en los cuentos fantásticos: la superación
de las barreras espacio-temporales, tras superar la prueba de iniciación o
dificultad que se impone siempre en estos trances. En este caso, se abatirán
sobre él unas lechuzas, que en los cuentos de su infancia servían para
aterrorizar a los pequeños, haciéndoles creer que por las noches se los
llevaban.





            Aunque
tras superar sus miedos, pronto escuchará ruido de conversaciones y de música,
su otra profesión, interpretada por instrumentos de época, propios de la Edad
Media tardía o mejor aún, de la época de Cervantes: guzlas, tiorbas y zampoñas,
con los que se interpretaba una especie de salsa americana. Las rimas
consonantes contra las que clamaba Francisco de Quevedo le llevará entonces a
formular la contraseña “fruta”, respondida por un “puta” de evidente tono
carnavalesco. A “embudo” le replicarán “cornudo”, y a “perspicuo”, “conspicuo”.
Pequeño güiño al lector que quizá guarde relación con los curiosos gritos
mañaneros que una Ava Gardner alcoholizada regalaba a su vecino el General Juan
Domingo Perón, refugiado en Madrid. Pues ésta, ante los insoportables ladridos
de los muchos canes del vecino que la despertaban siempre tras sus noches de
farras, respondía siempre con una rima similar, singular y atinada: “Perón,
cabrón”.





            X





            Como
la realidad ha sido ya trascendida por completo, Daniel tiene ganas de regresar
a ella, pero da pasos en dirección contraria, hacia la fantasía, hasta toparse
nada menos que con don Miguel de Cervantes, que allí le espera vestido para la
ocasión. Es decir, no con atavíos de época, sino con pantalón y camisas
deslucidas, desgastadas, descoloridas.





            Un
Cervantes desconcertado que descubre atónito, gracias a las lacónicas
informaciones que le transmite Daniel, que es leído en todo el planeta gracias
al Quijote y no a sus excelsos “Trabajos de Persiles y Segismunda”, noticia que
recibe con esa sonrisa radiante y divertida que siempre imaginamos al leer su
maravillosa novela, pero nunca fue recogida en los solemnes retratos que del
mayor escritor de las letras hispánicas nos ha llegado.





            Y
el broche final será cerrado así con gracia exquisita: Cervantes no está arriba
en palacio, departiendo con su Majestad, como le correspondería, porque como ya
nos podíamos imaginar, avisados de su paupérrima condición de escritor muchos
capítulos antes, ni siquiera tiene dinero suficiente para comprarse el traje
oscuro requerido.





3. Conclusión.





            El magisterio
indudable de esta pieza inédita, narrada con un tono periodístico e informal,
pero haciendo eficaz empleo de un vasto vocabulario que ya quisieran para sí
muchos novelistas actuales, y de una soberbia técnica cuentística donde todos
los elementos están perfectamente relacionados, nos sitúa aquí y ahora ante un
dilema ético. Pues esta España triunfante, que ostensiblemente gallea ante el
resto de Europa sus más de 60.000 títulos publicados cada año, no se ha dignado
añadir aún a su catálogo este texto único. ¿Quizá porque el culto autor que la
compuso lleva dieciocho años muerto y no puede por ello pasearla, blasonarla y
defenderla por los confines de la Península, como así hacen tantos autores con
obras mediocres? ¿Qué leemos, qué nos venden ahora?, ¿Autores, mitos, fotos,
poses, imágenes triunfales? ¿Son las palabras sinceras de un libro en el que
encontrar repuestas lo que queremos o lucir en nuestros estantes y ante los
amigos el nombre de un autor conocido, famoso y aclamado? ¿Constituye la
literatura tan sólo un divertido mundo de apariencias creadas por ilusionistas
de las palabras o es algo más, puede trascender la realidad para que logramos
ver sus aspectos ocultos?





            La literatura no
es esta fantasmada, viene a decirnos Daniel Moyano con esta crónica, en modo
alguno es literatura la ostentosa y deslumbrante ceremonia de premios y
agasajos que se desarrolla arriba, en Palacio, sino la que solitarios e íntimamente
descubrimos cuando osamos descender, humildes y temerosos, a sus sótanos, donde
nos aguarda nada menos que un Miguel de Cervantes quien nunca logró tocarnos con
su cortesano, exquisito y solemne Persiles,sino con el humilde, honesto y cálido Quijote.





            Es
por ello que lectores y escritores, de aquí y de ahora, sólo debemos seguir su
rastro.


           





           


 


           





           


           





           











           





           





           


           


           


           


           





           


           



sábado, 25 de diciembre de 2010










ANATOMÍA DE UN INSTANTE






Introducción:
Una reflexión sobre el futuro de la literatura.








Iniciaré esta reflexión crítica
sobre el libro de Javier Cercas, con la rotunda afirmación del escritor,
crítico y columnista Félix de Azúa al asegurar que “está claro que en este
momento nadie puede escribir como Shakespeare, ni siquiera como Machado. Ahora
mismo no se podría escribir “Madame Bovary”. Para qué vamos a engañarnos”,
sentenciaba, pues en su opinión la única forma literaria capaz de transmitir la
vida contemporánea, esta vida nuestra, es el ensayo. “Lo que hace Javier Cercas, esa mezcla de ficción y no
ficción, o los artículos de David Foster Wallace, los de Martin Amis, esta
misma especie de autobiografía que he escrito, este tipo de cosas son las que más
pueden acercarse a la representación de la vida a través de la literatura hoy
en día”, concluyó.





 Y he reproducido estas declaraciones
publicadas en el Mundo con fecha 15-05-2010 porque, aunque estemos ante unas
declaraciones mercantiles, encaminadas a la promoción del último libro de Azúa,
no dejan de tener parte de razón y de hecho, son compartidas por grandes firmas
contemporáneas como Martin Amis o  Philip
Roth, quien no augura más de cincuenta años a la lectura de novelas entendidas
como tal: “ficción narrativa en prosa de considerable extensión”. ¿Nos
encontramos, acaso, ante un posible agotamiento intelectual, la decadencia del
género literario preponderante? Pues podría ser pese a que las grandes
editoriales siguen sustentando su negocio en ellas. Porque si analizamos esta
coyuntura bajo una perspectiva histórica, la novela no fue ni mucho menos el
género literario por excelencia en todas las épocas. Basta recordar las edades
Antigua y Media donde la versificación preponderaba por ser más sencilla su
transmisión o reproducción ante un público mayoritariamente analfabeto. O el
teatro, único género que podía proporcionar medios para la subsistencia de los
autores durante los tres siglos que conformaron la Edad Moderna. Recordemos
asimismo al Quijote, nacido del agotamiento imaginativo de los Libros de
Caballería. Y la novela actual,  género
literario significativamente adscrito a la Edad Contemporánea progresiva (siglos
XIX y XX), quizá no sea la forma de expresión que se adapte mejor a los enormes
cambios que para este siglo XXI estamos asumiendo, ante el final de las grandes
exploraciones geográficas con el mundo ya al alcance de la mano, el arrollador
avance de la imagen como principal medio de comunicación que acapara la mayor
parte del tiempo del ocio, la revolución que ha supuesto Internet, la segura
obligación de cambiar de soporte lector (libro electrónico) que ahora nos
impone el mercado, etcétera.





Y es muy posible que todos estos
cambios no ya tecnológicos sino de costumbres, de nuevos hábitos de lectura, de
otras maneras de encarar la existencia, traigan consigo el destierro de los dos
géneros favoritos que ahora acaparan las listas de éxitos: la novela histórica
y la novela criminal. Seguidas por las novelas románticas, de ciencia ficción y
góticas, todas bajo etiquetas comerciales como los detergentes de lavadoras.
Por lo pronto, las novelas que superan las mil páginas están desapareciendo por
doquier de los estantes y se impone una preferencia mercantil por lo breve, que
también se refleja en el estilo de los autores, primando la imitación del
minimalismo norteamericano, que ha desterrado casi por completo al subjuntivo
en la prosa de no pocos autores españoles por considerarlo pomposo o
grandilocuente. O la necesidad de prescindir de adjetivos, vengan o no a
cuento, que se predica en buena parte de los uniformes talleres literarios.





Así, lo primero que debería
resaltar y hasta celebrar de esta brillantísima “Anatomía de un instante” es
que no se trata de una novela. Es un texto de no ficción,  un ensayo. Pero un ensayo no dogmático, carente
de pretensiones didácticas, muy personal, tan extraordinariamente subjetivo que
nos hace cuestionar hasta qué punto están los escritores capacitados para
separar ficción de realidad, afirmando el propio Cercas que la realidad, a los
escritores, se les escapa igual que al resto de los mortales para
desmitificarlos. 





Aunque la propuesta de este autor no
sea, y en modo alguno, novedosa ni original, ya que existe una tradición
literaria en la que podemos encuadrar, con matices, este ensayo
particularísimo. Quizá el mayor aldabonazo contemporáneo al tema ficción vs.
realidad, el que todos conocemos aparte de nuestro simpar y precursor Quijote,
fue el que realizara fuera de nuestras fronteras Truman Capote con su
impresionante “A sangre fría”, que podría tratarse de una crónica periodística
más, entre las muchas que escribía, de no ser porque en este libro dejó a un
lado códigos y éticas periodísticas, para deformar a su gusto los hechos
dotándolos de una épica muy inteligente, cruda y descarnada. Pero también,
lejos de la ficción, al otro lado del espejo, podríamos hablar de la reciente y brillantísima novela de Mario Vargas
Llosa “La fiesta del chivo”, la “Crónica de un secuestro” de Gabriel García
Márquez o el “Galíndez” de Manuel Vázquez Montalbán, grandes novelas-reportajes
deformados que enfocan, como hace Cercas, su punto de mira en un episodio o
personaje de la historia contemporánea cercano, para dotarlo de contenido
reflexivo y también de épica narrativa.





Capote declaró al Saturday Review: “Y entonces tuve esta
idea de hacer una gran obra realmente seria, y sería exactamente como una
novela con una sola diferencia: todas sus palabras serían verdad, desde el
principio hasta el final”. Así cada entrega de esta obra publicada en el New Yorker comenzaba con esta nota
director: “Todas las citas de este artículo son tomadas o de los archivos
oficiales o de las conversaciones, transcritas literalmente, entre el autor y
los protagonistas”, obligando así al lector, a creerse a pie juntillas, que su
libro es cierto, careciendo incluso de la menor distorsión. Pues aunque la obra
de Capote sea una novela y el libro de Cercas un ensayo, ambos libros obedecen
a idéntico propósito, con los mismos medios periodísticos: la autenticidad, una
aspiración que muchos creen no se puede alcanzar a estas alturas con la novela
a riesgo de parecer impostado. Del mismo modo que Sherlock Holmes, gran héroe
victoriano de ficción, perdió credibilidad y dejó de tener sentido luego de saltar
a la realidad las cuatro víctimas verdaderas de Jack el Destripador, caso que
trajo de cabeza a Scotland Yard y que Holmes, bajo la pluma de Arthur Conan
Doyle no pudo resolver y eso supuso el fin comercial del personaje, podemos
entender ahora este afán por acercarse más a la realidad luego de Treblinka,
Hiroshima, Nagasaki, Dresde: grandes traumas contemporáneos que asimismo
transformaron la narrativa, encaminándola al reportaje o la confesión, de la
mano de figuras europeas tan importantes como Sebald o Thomas Bernhard.





En cualquier caso, estos autores
que se alejan de los criterios de la novelística tradicional y convencional
responden a su afán por lo auténtico y los lectores, gracias a la calidad de su
escritura y la profundidad del contenido, nos sentimos agradecidos, el único
problema puede surgir, ante estas nuevas formas narrativas, para una crítica
literaria actual muy venida a menos. Pues, ¿cómo puede o debe reaccionar el
crítico ante las probabilidades de una trama de acontecimientos reales? Porque
los criterios aplicados normalmente a este tipo de obras son los comunes al
periodismo y a la historia, no a la literatura, determinando si es, o no, un
buen reportaje. Pues si los hechos son la base de la trama, el éxito artístico
de la obra debiera descansar sobre la precisión de los mismos, perspectiva no
válida al encontrarnos ante obras literarias subjetivas, dotadas de épica y
deformaciones particulares.





ANÁLISIS DE LA OBRA





            Empiezo
por destacar de esta “Anatomía”, la continuidad y constancia del autor en su
Tema. El tema central elegido, al igual que ocurriera en su magnífica novela
“Soldados de Salamina”, de acuerdo con la frase de Borges citada en el libro,
pag. 18, “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad
de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”,
es el Gesto. Pues si volvemos al
tema de Soldados, comprenderemos que
“Anatomía” sirve para profundizar y a la vez actualizar lo expuesto en la
primera. Pista que hemos obtenido del artículo de Santos Juliá titulado “El
azar y la piedad”, publicado en Letra
Internacional
, núm. 75 (verano 2002), págs. 67-78, siete años antes de la
obra que aquí estamos analizando.





            Volvamos
pues nuestra mirada a la Guerra Civil española, una clásica guerra de
exterminio, donde se lleva a cabo algo típico como es el fusilamiento en masa
de detenidos que no han sido juzgados previamente. Rojos o fascistas, su
destino fatídico era la muerte si caían en manos de fascistas o rojos. Eso fue
lo que ocurrió en el verano del 36 y lo que debía haber ocurrido con un
fugitivo enemigo sorprendido en su escondite. Pero en la novela de Cercas, y quizá
también en la realidad, no sucedió así, pues en un Gesto de libertad absoluta,
quizá por el hastío o el cansancio ante tanta muerte, el soldado esta vez no
fusiló, ni avisó a sus compañeros, dejando libre a Sánchez Mazas. Como dice
Santos Juliá: “el azar aliado con la piedad: eso es lo que convierte a Soldados de Salamina en la gran parábola
sobre el fin de la guerra civil como guerra de exterminio y su primer balbuceo
como una guerra entre hermanos”. Y en otro lugar señala, abriendo paso a lo que
será esta Anatomía de un instante: “Luego,
con el paso del tiempo y los cambios de estrategias, el discurso de la guerra civil
como guerra contra un invasor fue cediendo en la memoria colectiva a la
representación de la guerra como una guerra fratricida, entre hermanos. Sin
duda, esta nueva memoria de la guerra, que sirvió de suelo moral para la firma
de acuerdos entre fuerzas políticas de la oposición y del exilio con distintos
grupos disidentes del franquismo, implicaba una nueva política de la historia
que resaltaba los elementos de perdón y reconciliación sobre los de venganza y
exterminio”.





Y es justo aquí donde retoma Cercas
su narración, igualmente no ficticia, para fijarse en otro Gesto, ocurrido en
otro instante de nuestra Historia. El Gesto de Adolfo Suárez cuando quedó
firmemente sentado ante un nuevo zumbar de balas bélicas, compartido por el
Gesto (no menor) de Gutiérrez Mellado plantando cara de nuevo, otra vez, al
enemigo, pero esta vez un enemigo firmemente convencido y del mismo bando
(Antonio Tejero) al que en la Guerra Civil hubo pertenecido. Y si añadimos el
cuarto Gesto del Carrillo que se yergue y mira, obtendremos el cuadro de la
guerra al completo. Así pues, ante esta nueva escena, estos Gestos particulares
de firmeza, surgen un sinfín de cuestiones entre lector y escritor a las que
Cercas tratará de acercarse y dar respuestas: ¿Fue nuestra Transición fruto de
una sociedad culta, madura y preparada para ella, o hija del Azar?, ¿fuimos los
protagonistas verdaderos de la Transición o fue nuestra clase dirigente,
nuestros políticos, los autores de estos Gestos, quiénes decidieron la suerte
de ésta?, ¿Era la democracia un bien deseado y buscado o fue producto del
miedo, de no volver a repetir aquellos sangrientos sucesos?, ¿Es la Historia
cíclica (el golpe de Estado es casi un rito vernáculo, dice Cercas, recordando
a Pavía), o es lineal y progresiva?





Vayamos por partes, como diría Jack
el Destripador anteriormente citado, pero fijémonos de que si los Gestos de
Suárez y Gutiérrez Mellado fueron mediáticos y contemplados por todos, el de
Santiago Carrillo no lo vimos. Fue la suya por tanto una reacción resignada, ya
con tiempo de reflexión tras el tiroteo, de considerarse hombre muerto y
afrontar su fin dignamente. El resto de los diputados, al igual que los
ciudadanos de la Nación a la que representaban, no lo hicimos, pues no hubo
barricadas, revueltas ni algaradas en las calles: sólo espera. Como el mismo
Cercas afirma, esa noche fue un héroe y no fue un héroe, nadie lo fue. Lo que
él consideró una derrota de la democracia, pues nadie salió a pelear por ella,
fue sin embargo recogido en la prensa de todos los países como un modelo de
comportamiento del pueblo español, pues tampoco nadie salió a apoyar el golpe y
los tanques por las calles de la Valencia de Milans del Bosch no fueron
precisamente jaleados. Fue como si lo que estuviéramos escuchando esa noche por
la radio fuese una farsa o una opereta de otros tiempos que no eran los
nuestros, como así lo representamos luego en el Carnaval de Cádiz con tantos
espontáneos disfrazados de Tejero. Pero fue una farsa donde intervino el Azar
(Golpe Duro) en forma de Dama de la Guadaña, con máscara de muerte, escabechina
y masacre que bien pudo haber sucedido. Por ello, la novela de ficción que en
un principio y febrilmente escribió Cercas, de 400 páginas, siguiendo la tesis
de la conspiración Cortina-Calderón-Monarca, que tan bien respondía a esa
primeriza sensación de irrealidad, fue finalmente desechada por éste porque
eliminaba ese elemento fundamental e intrínseco de la vida y la realidad: el
Azar.





Respecto a los personajes, la
documentación utilizada por Cercas es encomiable pues opino que es imposible
retratarlos mejor. Así, luces y sombras de Adolfo Suárez (ambición, populismo,
aptitudes mediáticas, conciencia del cargo, sentido del deber) están firmemente
dibujadas siguiendo una de las grandes cualidades narrativas del autor: Javier
Cercas es novelista, luego prolijo y elocuente, pero hace gala de una enorme
precisión en la utilización del lenguaje, virtud que suele más bien adjudicarse
a los cuentistas, pero no es exclusivo de éstos. Otro tanto cabe decirse de su
segundo retrato magistral, que a mi juicio es el de Antonio Tejero, reproducido
con claridad meridiana. Sólo los personajes muy ambiguos y complejos, de los
que seguramente se ocultan datos, como es el caso de Armada y Cortina, no
aparecen tan bien reflejados. Y por otra parte, en el análisis de personajes,
cabe destacar también la enorme carga literaria que tiene esta historia real,
razón de más para que el autor se decidiera por ella y no por la historia de
ficción que escribiera antes.





Veamos: la intervención del rey
Juan Carlos I ante las cámaras cual “Deus est machina”, elemento de trama
teatral de todos los tiempos, especialmente de la literatura española
(“Fuenteovejuna”); los mosqueteros de Dumas al servicio del Monarca (Sabino
Fernández Campos por ejemplo); el literario encierro aquella noche en el Salón
de los Espejos del Congreso, uno frente al otro, sin dirigirse una palabra, de
aquellos dos contendientes jóvenes en la Guerra Civil (Carrillo, culpable
indirecto o directo de los fusilamientos de Paracuellos y Gutiérrez Mellado,
que se libró por un pelo (de nuevo el Azar) de perecer en aquella matanza
(“Soldados de Salamina”).  





Sin entrar en la Trama, que no
vamos a reproducir de nuevo y de la que también existe una abundante
bibliografía periodística e historiográfica importante (libros de Victoria
Prego, Oneto, Vázquez Montalbán, Paul Preston, Charles T. Powell), hemos de
reconocer que todos la vamos a conocer mucho mejor tras leer este libro de no
ficción, pero además debemos añadir que se trata de una Trama que contiene aún
más interrogantes que soluciones, una característica que encontramos insistente
en la mejor novela contemporánea (sobre todo de la segunda mitad del siglo XX),
donde predomina el punto de vista desconcertado del autor, a ratos indignado o
dejándose arrastrar por las emociones (Bernhard, Sebald) ante unos sucesos
determinados, sobre la omnisciencia  apática, fría y neutra, esa que todo lo ve y
todo lo resuelve.





Postura asimismo moral ante el
lector por la cual el escritor renuncia a jugar con él a juegos de
prestidigitación intelectuales y procura, ante todo, ser honesto. Algo parecido
a lo que ocurre también en el campo de la historiografía, donde interviene la
mirada del historiador contemporáneo porque no es más que una reconstrucción
del pasado, pero con vocación de verdad y justificación de las fuentes en los
datos aportados pues, “una sociedad bien organizada es aquella en la que
sabemos la verdad sobre nosotros como colectivo, no una en la que contamos mentiras
agradables sobre cómo somos”, en palabras del historiador norteamericano Tony
Judt, recientemente fallecido. Observemos además que Javier Cercas ha
justificado los datos que figuran en su libro mediante notas que nos indican en
qué fuentes los ha extraído.





No obstante, la mirada de Cercas
funciona a veces como un reloj telescópico. Es así cuando determina que a las
siete menos veinte el Coup d’Etat o golpe de Estado de Tejero, Milans y Armada
había triunfado ateniéndose a que habían tomado el Congreso y la Televisión,
los tanques de Milans recorrían Valencia, los tanques de la Acorazada Brunete
de Madrid se dirigieron al Congreso mientras que Armada quedaba a la espera de
que el Rey lo nombrara Presidente del Gobierno, pero a las siete menos
veinticinco el Golpe había fracasado.





Fundamentales fueron los medios de
comunicación, muy difíciles de controlar por completo en esta nueva era,
principal causa del derrumbe de la URSS diez años después de estos hechos. El
golpe había fracasado a las siete menos veinticinco tras el tiroteo en el
Congreso, retransmitido por la radio, y tras haberse transformado por ello de
un golpe blando en un golpe duro. Es a partir de entonces cuando el Rey,
ayudado por Sabino Fernández Campos, asume todo su poder como Jefe de las
Fuerzas Armadas a las que solicita su adhesión, cuando determina que es Armada,
el esperado “Elefante Blanco, quien está detrás, cuando decide no recibirle y
cuando asimismo toma la determinación de informar cuanto antes a la ciudadanía
de su postura firme a favor de la democracia. Contragolpe monárquico que
condujo lentamente y tras no pocas escenas de tensión, a la salida no
sangrienta con la que finalmente terminó todo al día siguiente, cuando los
diputados pudieron salir, esta vez sí, bajo vítores.





Dentro del Congreso, los medios de
comunicación también resultaron incontrolables y providenciales, porque además
de las dos cámaras ocultas que nos legaron ese documento único para la historia
que vimos un día después, mientras se incrementaba la tensión con el miedo
lógico de los diputados allí encerrados, porque a la vez que fueron informados
de que una Autoridad militar se aproximaba para tomar el poder, del bando de
Milans, de la televisión ocupada y de todos los éxitos, reales o ficticios, del
golpe preparado, también recibieron otras noticias del mundo real a través del
pequeño transistor que ocultaba el diputado Abril Martorell.





Alivio tras momentos de peligro máximo
cuando sacaron a Suárez, Gutiérrez Mellado, Felipe González, Alfonso Guerra y
Antonio Rodríguez Sahún, seis figuras políticas principales, del Hemiciclo. O
con motivo de las visitas al Congreso, de famosos nombres propios de la
historia militar de este país, al objeto de invitar a Antonio Tejero a
abandonar el edificio y deponer las armas: Aramburu, Alcalá-Galiano y por
supuesto, Armada, que tras alejarse sin conseguir nada declaró: “Este hombre
está loco”.





CONCLUSIÓN





Tras el juicio, no el más largo de
la historia de España, (y corrijo a Cercas, quien efectúa esta afirmación en la
pág. 416, pues el juicio por el envenenamiento del aceite de colza terminó hace
muy poco tiempo, luego duró mucho más), se condenaron a los principales
protagonistas del golpe a penas de prisión diversas. El último en salir fue
Antonio Tejero en 1996, pero lo que debemos destacar es que con el fracaso de
esta asonada militar, se consiguió alejar el fantasma del golpe de Estado por
una buena temporada de nuestra Historia, pudiendo afirmar hoy día que está
alejado el peligro de una involución militar, hecho que podemos refrendar con
el simbólico acto de Carme Chacón, ministra de Defensa, pasando revista a las
tropas. Hecho conseguido porque, tras el golpe, se invirtieron billones de las
antiguas pesetas en modernizar al ejército, se purgó a los mandos de añorantes
franquistas, se ingresó en la OTAN y se avanzó en el Estado de las Autonomías y
descentralización del Estado. Quizá la consecuencia más importante de los
hechos narrados en el libro.





La segunda consecuencia es personal,
volviendo al tema del Gesto, cuando Cercas nos informa que este acercamiento
comprensivo a la figura de Suárez lo terminó justo cuando le sobrevino la
muerte de su padre, tres años mayor que el político, aquél con quien nuestro
autor, de joven, discutía precisamente por ser su padre partidario del mismo y
él todo lo contrario. Así, tras acabar el libro, retomará la vieja conversación
y le inquirió la razón de su adhesión al político. Y el padre agonizante le
responderá: “”Porque era como nosotros. Era de pueblo, había sido de Falange,
había sido de Acción Católica, no iba a hacer nada malo, lo entiendes, ¿no?”





Pero creo que los lectores podemos
entender mejor esta conversación, con la que finaliza el libro, si volvemos a
los “Soldados de Salamina” y al gesto del soldado perdonando a Sánchez Mazas.
El Gesto define al hombre, justifica nuestra razón de ser. Era como nosotros,
luego cumpliría con su papel y con su deber de manera honorable. Y ese Gesto
solitario y digno lo refrendaba.