sábado, 25 de diciembre de 2010










ANATOMÍA DE UN INSTANTE






Introducción:
Una reflexión sobre el futuro de la literatura.








Iniciaré esta reflexión crítica
sobre el libro de Javier Cercas, con la rotunda afirmación del escritor,
crítico y columnista Félix de Azúa al asegurar que “está claro que en este
momento nadie puede escribir como Shakespeare, ni siquiera como Machado. Ahora
mismo no se podría escribir “Madame Bovary”. Para qué vamos a engañarnos”,
sentenciaba, pues en su opinión la única forma literaria capaz de transmitir la
vida contemporánea, esta vida nuestra, es el ensayo. “Lo que hace Javier Cercas, esa mezcla de ficción y no
ficción, o los artículos de David Foster Wallace, los de Martin Amis, esta
misma especie de autobiografía que he escrito, este tipo de cosas son las que más
pueden acercarse a la representación de la vida a través de la literatura hoy
en día”, concluyó.





 Y he reproducido estas declaraciones
publicadas en el Mundo con fecha 15-05-2010 porque, aunque estemos ante unas
declaraciones mercantiles, encaminadas a la promoción del último libro de Azúa,
no dejan de tener parte de razón y de hecho, son compartidas por grandes firmas
contemporáneas como Martin Amis o  Philip
Roth, quien no augura más de cincuenta años a la lectura de novelas entendidas
como tal: “ficción narrativa en prosa de considerable extensión”. ¿Nos
encontramos, acaso, ante un posible agotamiento intelectual, la decadencia del
género literario preponderante? Pues podría ser pese a que las grandes
editoriales siguen sustentando su negocio en ellas. Porque si analizamos esta
coyuntura bajo una perspectiva histórica, la novela no fue ni mucho menos el
género literario por excelencia en todas las épocas. Basta recordar las edades
Antigua y Media donde la versificación preponderaba por ser más sencilla su
transmisión o reproducción ante un público mayoritariamente analfabeto. O el
teatro, único género que podía proporcionar medios para la subsistencia de los
autores durante los tres siglos que conformaron la Edad Moderna. Recordemos
asimismo al Quijote, nacido del agotamiento imaginativo de los Libros de
Caballería. Y la novela actual,  género
literario significativamente adscrito a la Edad Contemporánea progresiva (siglos
XIX y XX), quizá no sea la forma de expresión que se adapte mejor a los enormes
cambios que para este siglo XXI estamos asumiendo, ante el final de las grandes
exploraciones geográficas con el mundo ya al alcance de la mano, el arrollador
avance de la imagen como principal medio de comunicación que acapara la mayor
parte del tiempo del ocio, la revolución que ha supuesto Internet, la segura
obligación de cambiar de soporte lector (libro electrónico) que ahora nos
impone el mercado, etcétera.





Y es muy posible que todos estos
cambios no ya tecnológicos sino de costumbres, de nuevos hábitos de lectura, de
otras maneras de encarar la existencia, traigan consigo el destierro de los dos
géneros favoritos que ahora acaparan las listas de éxitos: la novela histórica
y la novela criminal. Seguidas por las novelas románticas, de ciencia ficción y
góticas, todas bajo etiquetas comerciales como los detergentes de lavadoras.
Por lo pronto, las novelas que superan las mil páginas están desapareciendo por
doquier de los estantes y se impone una preferencia mercantil por lo breve, que
también se refleja en el estilo de los autores, primando la imitación del
minimalismo norteamericano, que ha desterrado casi por completo al subjuntivo
en la prosa de no pocos autores españoles por considerarlo pomposo o
grandilocuente. O la necesidad de prescindir de adjetivos, vengan o no a
cuento, que se predica en buena parte de los uniformes talleres literarios.





Así, lo primero que debería
resaltar y hasta celebrar de esta brillantísima “Anatomía de un instante” es
que no se trata de una novela. Es un texto de no ficción,  un ensayo. Pero un ensayo no dogmático, carente
de pretensiones didácticas, muy personal, tan extraordinariamente subjetivo que
nos hace cuestionar hasta qué punto están los escritores capacitados para
separar ficción de realidad, afirmando el propio Cercas que la realidad, a los
escritores, se les escapa igual que al resto de los mortales para
desmitificarlos. 





Aunque la propuesta de este autor no
sea, y en modo alguno, novedosa ni original, ya que existe una tradición
literaria en la que podemos encuadrar, con matices, este ensayo
particularísimo. Quizá el mayor aldabonazo contemporáneo al tema ficción vs.
realidad, el que todos conocemos aparte de nuestro simpar y precursor Quijote,
fue el que realizara fuera de nuestras fronteras Truman Capote con su
impresionante “A sangre fría”, que podría tratarse de una crónica periodística
más, entre las muchas que escribía, de no ser porque en este libro dejó a un
lado códigos y éticas periodísticas, para deformar a su gusto los hechos
dotándolos de una épica muy inteligente, cruda y descarnada. Pero también,
lejos de la ficción, al otro lado del espejo, podríamos hablar de la reciente y brillantísima novela de Mario Vargas
Llosa “La fiesta del chivo”, la “Crónica de un secuestro” de Gabriel García
Márquez o el “Galíndez” de Manuel Vázquez Montalbán, grandes novelas-reportajes
deformados que enfocan, como hace Cercas, su punto de mira en un episodio o
personaje de la historia contemporánea cercano, para dotarlo de contenido
reflexivo y también de épica narrativa.





Capote declaró al Saturday Review: “Y entonces tuve esta
idea de hacer una gran obra realmente seria, y sería exactamente como una
novela con una sola diferencia: todas sus palabras serían verdad, desde el
principio hasta el final”. Así cada entrega de esta obra publicada en el New Yorker comenzaba con esta nota
director: “Todas las citas de este artículo son tomadas o de los archivos
oficiales o de las conversaciones, transcritas literalmente, entre el autor y
los protagonistas”, obligando así al lector, a creerse a pie juntillas, que su
libro es cierto, careciendo incluso de la menor distorsión. Pues aunque la obra
de Capote sea una novela y el libro de Cercas un ensayo, ambos libros obedecen
a idéntico propósito, con los mismos medios periodísticos: la autenticidad, una
aspiración que muchos creen no se puede alcanzar a estas alturas con la novela
a riesgo de parecer impostado. Del mismo modo que Sherlock Holmes, gran héroe
victoriano de ficción, perdió credibilidad y dejó de tener sentido luego de saltar
a la realidad las cuatro víctimas verdaderas de Jack el Destripador, caso que
trajo de cabeza a Scotland Yard y que Holmes, bajo la pluma de Arthur Conan
Doyle no pudo resolver y eso supuso el fin comercial del personaje, podemos
entender ahora este afán por acercarse más a la realidad luego de Treblinka,
Hiroshima, Nagasaki, Dresde: grandes traumas contemporáneos que asimismo
transformaron la narrativa, encaminándola al reportaje o la confesión, de la
mano de figuras europeas tan importantes como Sebald o Thomas Bernhard.





En cualquier caso, estos autores
que se alejan de los criterios de la novelística tradicional y convencional
responden a su afán por lo auténtico y los lectores, gracias a la calidad de su
escritura y la profundidad del contenido, nos sentimos agradecidos, el único
problema puede surgir, ante estas nuevas formas narrativas, para una crítica
literaria actual muy venida a menos. Pues, ¿cómo puede o debe reaccionar el
crítico ante las probabilidades de una trama de acontecimientos reales? Porque
los criterios aplicados normalmente a este tipo de obras son los comunes al
periodismo y a la historia, no a la literatura, determinando si es, o no, un
buen reportaje. Pues si los hechos son la base de la trama, el éxito artístico
de la obra debiera descansar sobre la precisión de los mismos, perspectiva no
válida al encontrarnos ante obras literarias subjetivas, dotadas de épica y
deformaciones particulares.





ANÁLISIS DE LA OBRA





            Empiezo
por destacar de esta “Anatomía”, la continuidad y constancia del autor en su
Tema. El tema central elegido, al igual que ocurriera en su magnífica novela
“Soldados de Salamina”, de acuerdo con la frase de Borges citada en el libro,
pag. 18, “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad
de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”,
es el Gesto. Pues si volvemos al
tema de Soldados, comprenderemos que
“Anatomía” sirve para profundizar y a la vez actualizar lo expuesto en la
primera. Pista que hemos obtenido del artículo de Santos Juliá titulado “El
azar y la piedad”, publicado en Letra
Internacional
, núm. 75 (verano 2002), págs. 67-78, siete años antes de la
obra que aquí estamos analizando.





            Volvamos
pues nuestra mirada a la Guerra Civil española, una clásica guerra de
exterminio, donde se lleva a cabo algo típico como es el fusilamiento en masa
de detenidos que no han sido juzgados previamente. Rojos o fascistas, su
destino fatídico era la muerte si caían en manos de fascistas o rojos. Eso fue
lo que ocurrió en el verano del 36 y lo que debía haber ocurrido con un
fugitivo enemigo sorprendido en su escondite. Pero en la novela de Cercas, y quizá
también en la realidad, no sucedió así, pues en un Gesto de libertad absoluta,
quizá por el hastío o el cansancio ante tanta muerte, el soldado esta vez no
fusiló, ni avisó a sus compañeros, dejando libre a Sánchez Mazas. Como dice
Santos Juliá: “el azar aliado con la piedad: eso es lo que convierte a Soldados de Salamina en la gran parábola
sobre el fin de la guerra civil como guerra de exterminio y su primer balbuceo
como una guerra entre hermanos”. Y en otro lugar señala, abriendo paso a lo que
será esta Anatomía de un instante: “Luego,
con el paso del tiempo y los cambios de estrategias, el discurso de la guerra civil
como guerra contra un invasor fue cediendo en la memoria colectiva a la
representación de la guerra como una guerra fratricida, entre hermanos. Sin
duda, esta nueva memoria de la guerra, que sirvió de suelo moral para la firma
de acuerdos entre fuerzas políticas de la oposición y del exilio con distintos
grupos disidentes del franquismo, implicaba una nueva política de la historia
que resaltaba los elementos de perdón y reconciliación sobre los de venganza y
exterminio”.





Y es justo aquí donde retoma Cercas
su narración, igualmente no ficticia, para fijarse en otro Gesto, ocurrido en
otro instante de nuestra Historia. El Gesto de Adolfo Suárez cuando quedó
firmemente sentado ante un nuevo zumbar de balas bélicas, compartido por el
Gesto (no menor) de Gutiérrez Mellado plantando cara de nuevo, otra vez, al
enemigo, pero esta vez un enemigo firmemente convencido y del mismo bando
(Antonio Tejero) al que en la Guerra Civil hubo pertenecido. Y si añadimos el
cuarto Gesto del Carrillo que se yergue y mira, obtendremos el cuadro de la
guerra al completo. Así pues, ante esta nueva escena, estos Gestos particulares
de firmeza, surgen un sinfín de cuestiones entre lector y escritor a las que
Cercas tratará de acercarse y dar respuestas: ¿Fue nuestra Transición fruto de
una sociedad culta, madura y preparada para ella, o hija del Azar?, ¿fuimos los
protagonistas verdaderos de la Transición o fue nuestra clase dirigente,
nuestros políticos, los autores de estos Gestos, quiénes decidieron la suerte
de ésta?, ¿Era la democracia un bien deseado y buscado o fue producto del
miedo, de no volver a repetir aquellos sangrientos sucesos?, ¿Es la Historia
cíclica (el golpe de Estado es casi un rito vernáculo, dice Cercas, recordando
a Pavía), o es lineal y progresiva?





Vayamos por partes, como diría Jack
el Destripador anteriormente citado, pero fijémonos de que si los Gestos de
Suárez y Gutiérrez Mellado fueron mediáticos y contemplados por todos, el de
Santiago Carrillo no lo vimos. Fue la suya por tanto una reacción resignada, ya
con tiempo de reflexión tras el tiroteo, de considerarse hombre muerto y
afrontar su fin dignamente. El resto de los diputados, al igual que los
ciudadanos de la Nación a la que representaban, no lo hicimos, pues no hubo
barricadas, revueltas ni algaradas en las calles: sólo espera. Como el mismo
Cercas afirma, esa noche fue un héroe y no fue un héroe, nadie lo fue. Lo que
él consideró una derrota de la democracia, pues nadie salió a pelear por ella,
fue sin embargo recogido en la prensa de todos los países como un modelo de
comportamiento del pueblo español, pues tampoco nadie salió a apoyar el golpe y
los tanques por las calles de la Valencia de Milans del Bosch no fueron
precisamente jaleados. Fue como si lo que estuviéramos escuchando esa noche por
la radio fuese una farsa o una opereta de otros tiempos que no eran los
nuestros, como así lo representamos luego en el Carnaval de Cádiz con tantos
espontáneos disfrazados de Tejero. Pero fue una farsa donde intervino el Azar
(Golpe Duro) en forma de Dama de la Guadaña, con máscara de muerte, escabechina
y masacre que bien pudo haber sucedido. Por ello, la novela de ficción que en
un principio y febrilmente escribió Cercas, de 400 páginas, siguiendo la tesis
de la conspiración Cortina-Calderón-Monarca, que tan bien respondía a esa
primeriza sensación de irrealidad, fue finalmente desechada por éste porque
eliminaba ese elemento fundamental e intrínseco de la vida y la realidad: el
Azar.





Respecto a los personajes, la
documentación utilizada por Cercas es encomiable pues opino que es imposible
retratarlos mejor. Así, luces y sombras de Adolfo Suárez (ambición, populismo,
aptitudes mediáticas, conciencia del cargo, sentido del deber) están firmemente
dibujadas siguiendo una de las grandes cualidades narrativas del autor: Javier
Cercas es novelista, luego prolijo y elocuente, pero hace gala de una enorme
precisión en la utilización del lenguaje, virtud que suele más bien adjudicarse
a los cuentistas, pero no es exclusivo de éstos. Otro tanto cabe decirse de su
segundo retrato magistral, que a mi juicio es el de Antonio Tejero, reproducido
con claridad meridiana. Sólo los personajes muy ambiguos y complejos, de los
que seguramente se ocultan datos, como es el caso de Armada y Cortina, no
aparecen tan bien reflejados. Y por otra parte, en el análisis de personajes,
cabe destacar también la enorme carga literaria que tiene esta historia real,
razón de más para que el autor se decidiera por ella y no por la historia de
ficción que escribiera antes.





Veamos: la intervención del rey
Juan Carlos I ante las cámaras cual “Deus est machina”, elemento de trama
teatral de todos los tiempos, especialmente de la literatura española
(“Fuenteovejuna”); los mosqueteros de Dumas al servicio del Monarca (Sabino
Fernández Campos por ejemplo); el literario encierro aquella noche en el Salón
de los Espejos del Congreso, uno frente al otro, sin dirigirse una palabra, de
aquellos dos contendientes jóvenes en la Guerra Civil (Carrillo, culpable
indirecto o directo de los fusilamientos de Paracuellos y Gutiérrez Mellado,
que se libró por un pelo (de nuevo el Azar) de perecer en aquella matanza
(“Soldados de Salamina”).  





Sin entrar en la Trama, que no
vamos a reproducir de nuevo y de la que también existe una abundante
bibliografía periodística e historiográfica importante (libros de Victoria
Prego, Oneto, Vázquez Montalbán, Paul Preston, Charles T. Powell), hemos de
reconocer que todos la vamos a conocer mucho mejor tras leer este libro de no
ficción, pero además debemos añadir que se trata de una Trama que contiene aún
más interrogantes que soluciones, una característica que encontramos insistente
en la mejor novela contemporánea (sobre todo de la segunda mitad del siglo XX),
donde predomina el punto de vista desconcertado del autor, a ratos indignado o
dejándose arrastrar por las emociones (Bernhard, Sebald) ante unos sucesos
determinados, sobre la omnisciencia  apática, fría y neutra, esa que todo lo ve y
todo lo resuelve.





Postura asimismo moral ante el
lector por la cual el escritor renuncia a jugar con él a juegos de
prestidigitación intelectuales y procura, ante todo, ser honesto. Algo parecido
a lo que ocurre también en el campo de la historiografía, donde interviene la
mirada del historiador contemporáneo porque no es más que una reconstrucción
del pasado, pero con vocación de verdad y justificación de las fuentes en los
datos aportados pues, “una sociedad bien organizada es aquella en la que
sabemos la verdad sobre nosotros como colectivo, no una en la que contamos mentiras
agradables sobre cómo somos”, en palabras del historiador norteamericano Tony
Judt, recientemente fallecido. Observemos además que Javier Cercas ha
justificado los datos que figuran en su libro mediante notas que nos indican en
qué fuentes los ha extraído.





No obstante, la mirada de Cercas
funciona a veces como un reloj telescópico. Es así cuando determina que a las
siete menos veinte el Coup d’Etat o golpe de Estado de Tejero, Milans y Armada
había triunfado ateniéndose a que habían tomado el Congreso y la Televisión,
los tanques de Milans recorrían Valencia, los tanques de la Acorazada Brunete
de Madrid se dirigieron al Congreso mientras que Armada quedaba a la espera de
que el Rey lo nombrara Presidente del Gobierno, pero a las siete menos
veinticinco el Golpe había fracasado.





Fundamentales fueron los medios de
comunicación, muy difíciles de controlar por completo en esta nueva era,
principal causa del derrumbe de la URSS diez años después de estos hechos. El
golpe había fracasado a las siete menos veinticinco tras el tiroteo en el
Congreso, retransmitido por la radio, y tras haberse transformado por ello de
un golpe blando en un golpe duro. Es a partir de entonces cuando el Rey,
ayudado por Sabino Fernández Campos, asume todo su poder como Jefe de las
Fuerzas Armadas a las que solicita su adhesión, cuando determina que es Armada,
el esperado “Elefante Blanco, quien está detrás, cuando decide no recibirle y
cuando asimismo toma la determinación de informar cuanto antes a la ciudadanía
de su postura firme a favor de la democracia. Contragolpe monárquico que
condujo lentamente y tras no pocas escenas de tensión, a la salida no
sangrienta con la que finalmente terminó todo al día siguiente, cuando los
diputados pudieron salir, esta vez sí, bajo vítores.





Dentro del Congreso, los medios de
comunicación también resultaron incontrolables y providenciales, porque además
de las dos cámaras ocultas que nos legaron ese documento único para la historia
que vimos un día después, mientras se incrementaba la tensión con el miedo
lógico de los diputados allí encerrados, porque a la vez que fueron informados
de que una Autoridad militar se aproximaba para tomar el poder, del bando de
Milans, de la televisión ocupada y de todos los éxitos, reales o ficticios, del
golpe preparado, también recibieron otras noticias del mundo real a través del
pequeño transistor que ocultaba el diputado Abril Martorell.





Alivio tras momentos de peligro máximo
cuando sacaron a Suárez, Gutiérrez Mellado, Felipe González, Alfonso Guerra y
Antonio Rodríguez Sahún, seis figuras políticas principales, del Hemiciclo. O
con motivo de las visitas al Congreso, de famosos nombres propios de la
historia militar de este país, al objeto de invitar a Antonio Tejero a
abandonar el edificio y deponer las armas: Aramburu, Alcalá-Galiano y por
supuesto, Armada, que tras alejarse sin conseguir nada declaró: “Este hombre
está loco”.





CONCLUSIÓN





Tras el juicio, no el más largo de
la historia de España, (y corrijo a Cercas, quien efectúa esta afirmación en la
pág. 416, pues el juicio por el envenenamiento del aceite de colza terminó hace
muy poco tiempo, luego duró mucho más), se condenaron a los principales
protagonistas del golpe a penas de prisión diversas. El último en salir fue
Antonio Tejero en 1996, pero lo que debemos destacar es que con el fracaso de
esta asonada militar, se consiguió alejar el fantasma del golpe de Estado por
una buena temporada de nuestra Historia, pudiendo afirmar hoy día que está
alejado el peligro de una involución militar, hecho que podemos refrendar con
el simbólico acto de Carme Chacón, ministra de Defensa, pasando revista a las
tropas. Hecho conseguido porque, tras el golpe, se invirtieron billones de las
antiguas pesetas en modernizar al ejército, se purgó a los mandos de añorantes
franquistas, se ingresó en la OTAN y se avanzó en el Estado de las Autonomías y
descentralización del Estado. Quizá la consecuencia más importante de los
hechos narrados en el libro.





La segunda consecuencia es personal,
volviendo al tema del Gesto, cuando Cercas nos informa que este acercamiento
comprensivo a la figura de Suárez lo terminó justo cuando le sobrevino la
muerte de su padre, tres años mayor que el político, aquél con quien nuestro
autor, de joven, discutía precisamente por ser su padre partidario del mismo y
él todo lo contrario. Así, tras acabar el libro, retomará la vieja conversación
y le inquirió la razón de su adhesión al político. Y el padre agonizante le
responderá: “”Porque era como nosotros. Era de pueblo, había sido de Falange,
había sido de Acción Católica, no iba a hacer nada malo, lo entiendes, ¿no?”





Pero creo que los lectores podemos
entender mejor esta conversación, con la que finaliza el libro, si volvemos a
los “Soldados de Salamina” y al gesto del soldado perdonando a Sánchez Mazas.
El Gesto define al hombre, justifica nuestra razón de ser. Era como nosotros,
luego cumpliría con su papel y con su deber de manera honorable. Y ese Gesto
solitario y digno lo refrendaba.









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