martes, 24 de mayo de 2011

POESÍA ARGENTINA (I)

FRANCISCO MADARIAGA



Criollo del Universo



El blanco océano gira en mi corazón

mientras canta el otro océano de plata amarilla,

que se desprende de las aguas del sol.



Ya es muy tarde para ser sólo de una provincia,

            y muy temprano para pertenecer,

            todo,

            al planeta del venidero y sangrante

            resplandor.



Oh, acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta,

            gaucho con trenzas de sangre,

            mi padre,

y ensíllame el mejor caballo ruano del universo:

para atravesar el agua de oro de la muerte,

            y escucharme,

            todo,

            siempre en ti.



El blanco océano solloza por la inmortalidad.

           
            DE Resplandor de mis bárbaras (1985)

miércoles, 2 de marzo de 2011

AMEBAS


Cuentan que Isaac Albéniz, mientras impartía clases de piano por las
tardes para mantener a su familia, un buen día escuchó cómo un aventajado
alumno, muy formal, le regaló una interpretación del Claro de Luna de Beethoven
absolutamente perfecta, sin ninguna tacha o error técnico que pudiera
reprocharle, pero con idéntica pose fría, el mismo rostro hierático y aplicado
con el que entró.


¿Usted tiene esposa, muchacho?, le preguntó.

-    No, maestro, soy muy joven
para siquiera planteármelo.

Entonces, ¿tendrá novia?
- No tengo tiempo, tengo
mucho que estudiar, aprender y practicar.

- Pues mejor que vaya
dejando esto pronto, caballerete, para la música no sirven aquellos que tienen
en las venas sangre de horchata.


La brusca respuesta de Albéniz respondía a su carácter expeditivo,
enérgico y apasionado, pero tenía razón. Pues nulo arte puede mostrar quien
nada tiene que ofrecer. Así, si reducimos música, pintura o escritura a la mera
exhibición glamourosa de la inteligencia o supuesto talento de sus autores, sin
intento alguno de comunicación con quien pueda mirarlos, aspiración de la que
brota esa emoción necesaria, todo quedará en humo, en nada.

Pues el amor, ese esfuerzo irracional que debemos realizar para
comprender, empatizar, entrar en una misma sintonía con alguien distinto, no
compatibiliza nada con la egoísta contemplación del ombligo propio, ni siquiera
del ajeno, si ese otro no sirve más que para adornar el nuestro, para ser
objeto de envidias al contar con compañía supuestamente grata.

Las relaciones entre hombres y mujeres han variado muchísimo en estos
últimos años, volviéndose ahora increíblemente hoscas tras la lucha, el éxito y
la celebración conjunta de la tan añorada igualdad por los dos sexos que se
llevó a cabo en los años sesenta y setenta, tan lejanos. La equivocada
traducción que realizaron hombres y mujeres de la palabra feminismo por la de
competición, ha conducido al varón a la lejanía y a la indiferencia, cuando no
al rechazo frontal del compromiso y el esfuerzo necesario para la
perdurabilidad de toda relación enriquecedora, esa que sólo puede darse entre
inteligencias y sensibilidades parejas, iguales.

Del mismo modo, las mujeres a diario cumplen con sus roles público y
privado, ambos con altos niveles de exigencia y competición, obligadas a
demostrar siempre su valía, apresuradas, frustradas, corriendo de un lado a
otro, sin apenas tiempo para el cuidado e imaginación que su pareja necesita y
al que frecuentemente relega, debiendo colocar entre sus disponibilidades
temporales al varón mucho después del eficaz ejercicio de su trabajo y del
cuidado amoroso de los hijos.

Pero aún en estos tiempos “profesionales” el amor no sólo es factible, también muy necesario. La naturaleza acaba por rebelarse dado que nadie
puede continuar mucho tiempo en este mundo brutal sin siquiera una caricia
comprensiva, un hombro en el que apoyarse.


Algo tan sencillo de resolver como adoptar ante quien nos interese una
actitud distinta. Abierta, honesta y gentil en el trato, comprensiva y no
agresiva. Toda esa magia que estalla cuando, en creativa armonía, uno puede
comprender todos los guiños que le hace el otro, cobrando sentido cada vieja y
cada nueva palabra que en el diálogo amoroso se establece, sin otro fin ni aspiración
que la de llegar al corazón ajeno, es lo que se ha perdido. El diálogo,
verdadero vehículo del amor, constituyendo el preponderante y sobrevalorado
sexo tan sólo una prolongación gimnástica del mismo.


Lo que Cortázar intuyó y definió como la comunicación amorosa cómplice
y sin censuras, con aspiración a convertirse en interminable, que sólo puede
darse con la premisa del respeto admirativo, de una confianza absolutamente
inquebrantable cuando uno es capaz de amar con verdades, con los ojos sabios y
bien abiertos, aceptando debilidades, indecisiones, defectos, no hablemos
siquiera en cuestiones de pareja de la falta de peculio o de un currículum
académico o artístico por el que esta sociedad tan competitiva, ciega e
injusta, se guía para premiar siempre a los mismos listos. Sociedad fascistoide
que nos divide en arañas sin escrúpulos, trepadoras y encumbradas, frente a
patéticos insectos aspirantes, mucho menos miserables.


Porque siquiera en nuestros días, ¿el diálogo se puede conseguir? ¿El
amor eterno, acaso perdurable, es posible? Existe, yo soy testigo y puedo
exponeros un ejemplo. Pues hace años, durante la reproducción en vídeo de un
documental biográfico, contemplé a una muy risueña pareja de ancianitos que
entablaron ante las cámaras una conversación brillante. Mucho más que eso: una
plática tan llena de humor, tan inteligente y chispeante que me hizo de
inmediato rebobinar la cinta cuando terminó, a fin de que constatar de nuevo lo
que allí había sentido y escuchado. Pues aquellos abuelos, llamados Igor y
Vera, no sólo se limitaron a repasar su vida entre convulsiones sociales e
históricas, grandes nombres propios, reflexiones filosóficas, amigos famosos y
otros por completo desconocidos, defectos y problemas mutuos que lograron
solventar apoyados el uno en el otro; no, más bien se dedicaron gestos, ideas y
palabras tan alegres, lúcidas y jóvenes, que dejaron fuera a la cámara por
completo, que lograban parar el tiempo. Eran ellos dos, la alegría que se
transmitían el uno al otro, lo que te atraía. Si el amor es el menor
espectáculo del mundo porque sólo dos así lo ven y así lo sienten, aquello
trascendía y podíamos contemplarlo todos.


Y más tarde, yo sólo pude agradecer que el viejecito Igor se
apellidara, además, Stravinsky y que hubiera sido el mayor compositor que nos
legara el siglo pasado, para lanzarme como una loca a conocer su historia mutua
y sus secretos, pues llevaban así de felices sesenta y siete años, tiempo que
va desde que se conocieron en París en 1921, hasta 1968 en que fue realizado
aquel reportaje.

Sí, pues a Igor Fiódorovich Stravinsky (1882-1971) un amigo común,
tras una época de fama, vida loca y francachelas, años de juventud disipada en
soledad acompañada, lo notó muy triste y deprimido. No era para menos, pues en
aquellos tiempos Igor pensaba tirar por completo la toalla de la composición y
volver a Rusia para vivir allí dando clases, quizá bajo la sombra atroz de la
culpa pues, mientras ganaba y dilapidaba dinero en París, acompañado de las
estrellas del momento, como su amante Coco Chanel, en Rusia permanecía su
familia, su esposa Katerina Nossenko y sus cuatro hijos, uno de los cuales,
junto a su mujer, aquejados seriamente de tuberculosis.

Así pues, este amigo decidió que para animar al feo maestro de “La
consagración de la primavera”, a fin de que aparcara el alcohol y las fiestas y
volviera a componer, debería presentarle a alguien muy especial, como resultó
ser aquella rusa parisina, la alegre bailarina Vera Sudeykina de Bosset,
bastante más conocida en el mundillo por su carácter risueño, sus agudas
contestaciones y sus chistes insidiosos, que por el arte de su danza. 

Vera tampoco era feliz, pese a su carácter divertido y bromista ante
las penurias y adversidades de la vida bohemia. Pues toleraba un matrimonio
complicado y sin hijos con Serge Sudeikin, pintor y diseñador de escenarios, de
quien se separó al poco tiempo de conocer a Igor, cuando decidieron buscar un
refugio donde poder encontrarse a ratos.

Porque su encuentro no supuso un flechazo, ni siquiera un fulminante
amor fou  que les hiciera tirar todo por
la borda y hacer daño ajeno dado que, durante dieciocho años, Vera e Igor
decidieron que en modo alguno su amor debía molestar a la familia rusa de
Stravisnky, por lo cual en este periodo la vida del compositor transcurrió
entre Moscú y París continuamente.


Sin duda, en estos tiempos a él todas lo criticaríamos sin piedad:
¡oh, el sagrado compositor burgués que, con su doble vida, arrastra el nombre
de la esposa por el fango!, ¡debería él también haberse divorciado!. Pero el
caso es que la vida, si algo nos enseña, es a intentar comprender y no juzgar,
vidas ajenas. De hecho, la enfermiza Katerina conocía bien la existencia de
Vera e incluso la aprobaba. Murió en 1939, tras el estallido de la Segunda
Guerra Mundial, junto con la madre de Stravinsky y su hija menor, Mika. Y en
1940, Vera e Igor, ante la situación bélica no exenta de riesgos, a Nueva York
marcharon iniciando allí una larga y plácida vida feliz de la que todos fueron
testigos hasta la muerte del maestro, que ahora yace en Venecia, en la isla de
San Michele, muy cerca de la tumba de su amigo el gran Diaghilev.

El caso es que la influencia de Vera en la vida de Igor fue creciendo
hasta convertirse en imprescindible e irrenunciable, pues su conjunta afición
por la literatura  (W. H. Auden, Eliot,
André Gide) hizo que éste emprendiera una carrera musical increíble e inquieta,
plena de transformaciones, con muy diversas etapas de las que hoy podemos disfrutar
todos: Octeto (1923), Oedipus Rex (1927), la increíble ópera The Rake progress (1951) basada en las
pinturas de William Hogarth, Tres
canciones de Shakespeare
(1953),. In
memoriam Dylan Thomas
(1954) entre otros muchos títulos.

Pero antes de que los prejuicios actuales nos lleven a lamentar que
Vera sólo fuera sombra tras los despliegues virtuosos del gran maestro, déjenme
recordarles que el compositor genial, así como la simpática Vera, fueron
también sombra tras esa obra musical, aquel despliegue de amor que nos legaron
y lo único que debe importarnos. Ellos fueron felices.

Todos seremos huesos, polvo, ceniza y olvido. Pero mientras, no
podemos ser más que amebas tristes, arrastrándonos penosas, si no contamos con
el cálido amor de otro.










viernes, 18 de febrero de 2011

MUJERES, POR MARECHAL

LEOPOLDO MARECHAL, Adán Buenosayres

“¡Adelante, señores!, ¡Pasen a ver el
monstruo antiguo, la bestia de mil formas y de ninguna, la tan paupérrima como
suntuosa, la que se viste de prestado con todas las galas de la tierra, la más
vestida entre lo desnudo, la más desnuda entre lo vestido, la nada en traje de
Iris, la sombra de un misterio! Ante vuestros ojos deslumbrados aparecerá tal
vez como algo duro y fuerte: alcázar o torreón, baluarte o almena, roca o
metal; pero, ¡atención!, porque nada es tan débil como Ella, y nada tan
deleznable como su vistoso edificio de espumas. O quizás nos parezca frágil, y
su misma fragilidad os invite a las comparaciones más líricas; pero, ¡cuidado!,
porque nada encontraréis tan resistente a la violencia y al castigo, nada tan
fuerte como Ella en los rigores de la lucha. Eso sí, la veréis rodearse de
misterio, disfrazarse de enigma y envolverse toda ella en tules que desearían
ser impenetrables a vuestros ojos; pero ¡desengañaos!: en su mismo afán de
parecer misteriosa, fácil es advertir que no hay criatura más desprovista de
misterio. Y ahora, ¡pasen a ver, señores, la deidad antigua, la de mil nombres
bárbaros, la nunca profanada!, ¡Señores, adelante!, ¡chist!”    

miércoles, 16 de febrero de 2011

JAMES JOYCE Y LAS MUJERES

¿Qué especiales afinidades le parecía haber entre la luna y la mujer?


Su antigüedad en preceder y sobrevivir a sucesivas generaciones telúricas: su
predominio nocturno; su dependencia satélica: su reflexión luminar: su
constancia bajo todas las fases, elevándose y poniéndose a las horas fijadas,
creciendo y menguando: la forzosa invariabilidad de su aspecto: su respuesta
indeterminada la interrogación inafirmativa: su poder sobre las aguas
afluyentes y refluyentes: su capacidad de enamorar, de mortificar, de revestir
de belleza, de enloquecer, de incitar y ayudar a la delincuencia: la tranquila
inescrutabilidad de su rostro: la terribilidad de su proximidad aislada
dominante implacable resplandeciente: sus presagios de tempestad y de calma: el
estímulo de su luz, su movimiento y su presencia: la admonición de sus
cráteres, sus áridos mares, su silencio: su esplendor, cuando visible: su
atracción, cuando invisible”.




(Cap. 4, 2° Parte, Ulises



viernes, 28 de enero de 2011

ISABEL NÚÑEZ, FUERTE Y CONMOVEDORA

ALGUNOS HOMBRES... Y OTRAS MUJERES

 



Como en cualquier otra materia, para
el complejo mundo de las relaciones personales necesitamos conocimientos,
actitudes y valores que tantas veces, aún habiéndolos adquirido, nos dejan sumidos
en el dolor y la perplejidad cuando la relación termina sin que hayamos
entendido porqué se originó, ni los motivos de que concluyera. Por lo que
adentrarnos en los quince relatos que Isabel Núñez nos propone, con su
importante carga simbólica y su mirada comprensiva y compasiva ante las mismas,
otorgará al lector no poca serenidad a la hora de analizar las suyas propias.
Isabel nos habla en primera persona,
en un tono cálido y confidencial, necesario para acercarnos a sus historias.
Hasta ahí. Pues muy poco nos importará luego si son reales o inventadas, asunto
que pasa a segundo plano en cuanto constatamos que no sirven a la autora para
realizar un autorretrato complaciente de sí misma, ni para ajustar cuentas con
los personajes de su pasado mediante justificaciones biográficas: son
testimonios honestos de supervivencia, tras haber amado con los ojos abiertos
en diferentes etapas de la vida, extrayendo de las relaciones todo lo bueno de
ellas.
 Con un estilo propio y muy cuidado,
amplio vocabulario, soltura narrativa y ausencia total de lugares comunes o
frases hechas, Isabel logra además dibujarnos con eficacia cambios en las
relaciones familiares, otra Barcelona habitable y ese contacto intenso y
emocional con la Naturaleza que poco a poco vamos perdiendo, convirtiendo su
sencillo libro de relatos, tan rico en valores, en un retrato generacional
conmovedor e  inteligente.





Ficha
técnica del libro:


Título:
Algunos hombres... y otras mujeres.


Editorial:
MENOSCUARTO


Año
de publicación: 2009


Páginas:
208


Formato:
RÚSTICA


Precio:
15,50 €


ISBN:
978-84-96675-37-7






domingo, 23 de enero de 2011

LA EMMA DE NORBERTO LUIS ROMERO







EMMA
ROULOTTE, ES USTED – Norberto Luis
Romero
Editorial
Eclipsados, 2009
Con esta Emma venturosa, y una necesaria
inteligencia cómplice, el lector puede sumergirse en una divertida reflexión
sobre la creación literaria de gran calado. Y eso sin necesidad de discursos
campanudos o sentencias graves, largas parrafadas en textos donde nunca ocurre
nada, sino todo lo contrario: utilizando precisamente
el sistema de muñecas rusas o cuentos encadenados, yendo directamente para su
confección a la Madre de todos los relatos: Las mil y una noches, con lo cual
el entretenimiento del lector está más que garantizado.

No obstante, es interesante que el receptor –gran protagonista de esta Emma
generosa- conozca algunas características del particular doctor Frankenstein
que la ha creado, Norberto Luis Romero. Pues Emma es atípica dentro de
su obra, caracterizada por un temprano magisterio en su género más feliz, el
cuento, con el emblemático El momento del
unicornio
(1996), de nuevo reeditado, y sin nada que ver con las
angustiantes y góticas novelas que la preceden y conforman el grueso del
universo norbertiano, como Isla de
Sirenas, Ceremonia de máscaras, La noche del Zepelín
o la genial Signos de descomposición, todas ellas encaminadas con acierto a integrar al lector en un ambiente opresivo y
terrible. 

Y quizás como paréntesis rupturista con su narrativa anterior, pero además con
voluntad estilística de no estancarse y correr riesgos, Norberto echa mano de
sus más lecturas más gratas para rendirles homenaje y también para preguntarse
porqué se dedica a esto. Así, las mil y una noches, las sublimes y misteriosas hermanas
Brontë, Jane Austen, y algunos clásicos más desfilarán por estas páginas en las que Emma
busca a Norberto, o quizá Norberto se busque a sí mismo. Por ello es inevitable
identificarnos con ella y puedo asegurarles que Emma Roulotte, es usted. Somos
todos los que, con suerte, hemos dedicado un rato feliz a conocerla. 

domingo, 9 de enero de 2011

LUIS GARCÍA JAMBRINA: EL MANUSCRITO DE NIEVE







EL
MANUSCRITO DE NIEVE


Luis
García Jambrina


Alfaguara


Madrid,
2010


18,50
euros








            Delectare et prodesse





            Podríamos afirmar que son mayoría los escritores noveles que optan por iniciarse con
novelas históricas, quizá motivados por el apoyo y las ayudas de una industria
editorial que establece como comprador-tipo a un lector mayoritariamente
femenino y de mediana edad, dispuesto a invertir su tiempo de ocio en mejorar
su formación cultural. Y por otra parte los autores, incitados por el señuelo
de empezar su currículum con un pelotazo, como si la literatura fuera un cursus
honorum cinematográfico, nada ven más plausible que acogerse a la disciplina
histórica, para la que se dispone hoy en día de todo tipo de fuentes a la hora
de obtener la documentación necesaria, aunque conseguir la verosimilitud debida
sea tarea mucho más complicada de lo que parece. Pero es así como se llega al
momento actual donde podemos fácilmente encontrar en el mercado español
centenares de novelas históricas, basadas siempre en la reproducción más o
menos afortunada de hechos conocidos, y salteadas de contados lances de
folletín entre héroes, amadas y villanos de distinto pelaje y cartón piedra,
confeccionados para la ocasión, que sirvan de narradores, atrezzo o testigos de
lo que dieron las crónicas antiguas como verdadero. 


            Un género en el que los novelistas anglosajones nos llevan considerable distancia por
sus especializaciones como creadores de largas sagas literarias, bien por
épocas que dominan (Saylor, Cornwell, McCullough)  bien por disciplinas concretas como la
navegación (O’Brian), o bien por la creación de personajes originales, como el
Marco Didio Falco de Lindsay Davis que se pasea por el siglo I acompañado por
su suegra, o el Flashman de George MacDonald Fraser, antihéroe decimonónico por
excelencia. Todo esto sin aludir, ni alcanzar, a los grandes clásicos de la
disciplina como Waltari, Mújica Láinez, Carpentier, Yourcenar o Eco.


            Mientras, en España, de los centenares de autores antes aludidos, son contados los que conocen
bien la época y los escenarios en los que trabajan, creyendo que basta sólo con
documentarse bien sobre un tema a la moda o de Centenario, rarísimos los que
realizan algún tipo de penetración psicológica sobre sus personajes y
excepcionales aquellos capaces de mezclar varios géneros distintos, alejándose
de etiquetas fijas en la narrativa, como marcas de detergente.

 Pues bien, con Fernando de Rojas, autor de la Celestina, ha iniciado Luis García
Jambrina una nueva saga literaria en España que participa de todas estas
cualidades fantásticas y sorprendentes. Pues este personaje desconocido salvo
cuatro pinceladas (nacido en Puebla de Montalbán, joven bachiller en Salamanca,
judío converso y abogado en ejercicio), le ha servido para construir un detective
del siglo XVI no exento de verosimilitud, sapiencia sin alardes, trama compleja
y diversión garantizada para el lector que tenga a bien delectare et prodesse,
aprender de manera entretenida, como hicimos todos con El nombre de la rosa sobre los monasterios medievales. Aunque también podríamos asegurar que la verdadera protagonista de esta saga, la que
nos seduce, embriaga y enhechiza por sus páginas, es la ciudad de Salamanca.


           Ya que en la primera novela, cuyo título renombra a la ciudad, El manuscrito de piedra, tuvimos a bien pasearnos de la mano de
Luis por la ciudad mítica y mágica, subterránea y oculta. Y en este Manuscrito de nieve, lo que se nos
revelará es una urbe poderosa, sostenida por tensos hilos nobiliarios en
constante lucha, dispuestos a romperse y teñirla de sangre. Muy necesarios y
complementarios son otros sectores, bien representados en la novela, como el
todopoderoso clero, los criados y la prostitución, confinada en tiempos de
Cuaresma en la cercana aldea de Tejares, lugar donde hoy día se imparte y
enseña (son otros tiempos) la educación vial.


En cualquier caso, no era tarea sencilla, con este Manuscrito de Nieve, otorgar continuidad al brillantísimo Manuscrito de Piedra, novela que había elevado el tobogán lúdico de las emociones lectoras a alturas más que respetables por razones muy variadas: los conocidos
personajes, la mezcla de géneros novelísticos, el pálpito de Salamanca. Y ha
sido una tarea superada con éxito, aún a costa de transformar un anacrónico
asesino en serie, dada la religiosidad de la época, en un verosímil
contendiente para las pesquisas del sufrido y humorístico héroe. Pero no he de
revelar la trama, síganla ustedes.