viernes, 18 de febrero de 2011

MUJERES, POR MARECHAL

LEOPOLDO MARECHAL, Adán Buenosayres

“¡Adelante, señores!, ¡Pasen a ver el
monstruo antiguo, la bestia de mil formas y de ninguna, la tan paupérrima como
suntuosa, la que se viste de prestado con todas las galas de la tierra, la más
vestida entre lo desnudo, la más desnuda entre lo vestido, la nada en traje de
Iris, la sombra de un misterio! Ante vuestros ojos deslumbrados aparecerá tal
vez como algo duro y fuerte: alcázar o torreón, baluarte o almena, roca o
metal; pero, ¡atención!, porque nada es tan débil como Ella, y nada tan
deleznable como su vistoso edificio de espumas. O quizás nos parezca frágil, y
su misma fragilidad os invite a las comparaciones más líricas; pero, ¡cuidado!,
porque nada encontraréis tan resistente a la violencia y al castigo, nada tan
fuerte como Ella en los rigores de la lucha. Eso sí, la veréis rodearse de
misterio, disfrazarse de enigma y envolverse toda ella en tules que desearían
ser impenetrables a vuestros ojos; pero ¡desengañaos!: en su mismo afán de
parecer misteriosa, fácil es advertir que no hay criatura más desprovista de
misterio. Y ahora, ¡pasen a ver, señores, la deidad antigua, la de mil nombres
bárbaros, la nunca profanada!, ¡Señores, adelante!, ¡chist!”    

miércoles, 16 de febrero de 2011

JAMES JOYCE Y LAS MUJERES

¿Qué especiales afinidades le parecía haber entre la luna y la mujer?


Su antigüedad en preceder y sobrevivir a sucesivas generaciones telúricas: su
predominio nocturno; su dependencia satélica: su reflexión luminar: su
constancia bajo todas las fases, elevándose y poniéndose a las horas fijadas,
creciendo y menguando: la forzosa invariabilidad de su aspecto: su respuesta
indeterminada la interrogación inafirmativa: su poder sobre las aguas
afluyentes y refluyentes: su capacidad de enamorar, de mortificar, de revestir
de belleza, de enloquecer, de incitar y ayudar a la delincuencia: la tranquila
inescrutabilidad de su rostro: la terribilidad de su proximidad aislada
dominante implacable resplandeciente: sus presagios de tempestad y de calma: el
estímulo de su luz, su movimiento y su presencia: la admonición de sus
cráteres, sus áridos mares, su silencio: su esplendor, cuando visible: su
atracción, cuando invisible”.




(Cap. 4, 2° Parte, Ulises